El hombre crece mediante el ejercicio de la capacidad de discriminar, de diferenciar, de elegir y de actuar para satisfacer sus necesidades. Esto se consigue mediante el intercambio continuo entre el organismo y el ambiente.
Es
fácil observar el proceso de crecimiento mediante la desestructuración, la
digestión y la asimilación desde el punto de vista fisiológico. Crecemos y nos
mantenemos vivos mediante los alimentos que masticamos y digerimos. El alimento
físico, una vez digerido y asimilado, pasa a formar y a ser parte de nosotros
mismos, convirtiéndose en huesos, músculos, sangre. Aquellos alimentos que
tragamos o engullimos, no porque queremos sino por obligación o por cualquier
otra causa, permanecen pesadamente dentro del estómago provocándonos
incomodidad, deseos de vomitar y ganas de expulsarlos de nuestro interior. Si
reprimimos nuestras náuseas y deseos de deshacernos de ellos, entonces logramos
finalmente digerirlos dolorosamente; a veces nos intoxican, llegando al empacho
o al cólico.
Si
hablamos del aprendizaje, vemos que existen semejanzas. Para aprender hay que
asimilar y el proceso psicológico de la asimilación es muy parecido al proceso
fisiológico. Así, por ejemplo, los conceptos, patrones de conducta, valores
morales, éticos, estéticos, políticos, etc., proceden todos del mundo exterior.
Sin
embargo, todos estos conceptos o valores tienen que ser digeridos para
convertirse en propios, en partes nuestras integradas y que formen parte de
nuestra personalidad. Pero si sencillamente aceptamos todo sin críticas, si
aceptamos las palabras de los otros, ya sea por deber o por ser de buen gusto o
educación, entonces permanecen pesadamente en nosotros como los alimentos sin digerir;
continúan siendo cuerpos extraños que aunque estén en nuestras mentes y en
nuestras conductas nos resultan “pesados”, tediosos de hacer. A estos modos de
actuar: actitudes, ideas, juicios o evaluaciones sin digerir se los llama
introyectos, y el mecanismo mediante el cual estos cuerpos extraños se agregan
a la personalidad se llama introyección.
A
veces este proceso de tragar todo entero tiene cierta utilidad. Tenemos el caso
del estudiante que la noche anterior a un examen traga conocimientos
apresuradamente para sacar una nota aceptable. Pero si piensa que ha aprendido
algo de su estudio forzado es una ilusión, ya que si se le pregunta seis meses
más tarde no recordará nada de ello, porque habrá olvidado, podríamos decir,
casi todo, en ese tiempo.
La
introyección, es el mecanismo mediante el cual incorporamos dentro de nosotros
patrones y modos de actuar y de pensar que no son verdaderamente nuestros.
Hay
algunos ejercicios muy útiles para ver nuestra capacidad de introyectar o
asimilar. Consisten en tomarnos el tiempo suficiente para darnos cuenta de cómo
comemos, cómo leemos, etc. ¿Comemos apresuradamente, a grandes bocados, o
despacio y masticando bien los alimentos? ¿Existe alguna relación entre la forma
de comer y la forma de leer? ¿Se traga uno todo lo que lee o aprende? Este
darnos cuenta de estas dos funciones tan cotidianas nos puede ayudar a
descubrir nuestras actitudes principales ante la vida.
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